
En el marco del Día del Maestro, la historia de Eva Guadalupe Paloalto Serrano se convierte en un testimonio vivo del amor genuino por la docencia. Comunicóloga de formación y maestra por vocación.
Eva llegó hace nueve años a un telebachillerato en una comunidad rural para cubrir un interinato, sin imaginar que ese primer encuentro con el aula marcaría su destino. En un entorno donde el respeto, la colaboración y la cercanía aún florecen, encontró su lugar y desarrolló una conexión única con jóvenes que, con cada clase, la convirtieron no solo en su guía educativa, sino en una figura cercana y entrañable.
“Los alumnos ahorita ya son un poquito más rebeldes, quieren más hacer a lo mejor lo que ellos dicen, pero en la comunidad a la que yo pertenezco, respetan, hacen actividades en tiempo y creo que es algo muy diferente. Sí, no somos el maestro de aventar el borrador, como antes de regañar, pero sí dialogamos mucho y eso nos ayuda. Entonces, yo me pongo en el papel de ellos, digo, son jóvenes, a final de cuentas no puedo tratarlos o no puedo quererlos tener sentados todo el tiempo.
Entonces, ahí buscamos actividades diferentes para que a ellos les llame la atención. Vamos a ver qué actividad le va a llamar la atención y con esa actividad él va a aprender.”
La docencia le exigió aprender desde cero: planeaciones, metodologías y adaptación a un modelo multigrado. Todo en un espacio con grandes desafíos pero también con enormes satisfacciones. Con el paso del tiempo, Eva no solo aprendió a enseñar, sino a entender las necesidades humanas de sus alumnos.
Su escuela es más que un plantel. Es una extensión de su hogar, donde combina su rol de madre, esposa y docente. Planifica en las madrugadas, formándose constantemente y brindando siempre un espacio de escucha y empatía a sus estudiantes.
“Ahorita que comentas, hace poco tuve una situación de un alumno que se accidentó en su moto, entonces para mí era como preocupante porque es parte de mí, entonces busqué ayuda con familia o algo, ¿saben qué? Vamos a hacer vaquita, vamos a ayudarle porque está internado y no nos alcanza y así.
O sea, sí trato de ser muy apegada con ellos, me gusta mucho ayudar. Independientemente de mis alumnos, me gusta mucho cuando están en mis manos ayudar o buscar la manera o buscar el conducto a personas que puedan ayudar a personas, entonces a mí me gusta mucho ayudar. Y si son mis alumnos, pues son parte de mí.”
Hoy, Eva vive con plenitud su papel como maestra, entendiendo que la educación es también un acto de amor. Con sensibilidad y firmeza, aconseja a sus colegas abrir el corazón, escuchar más y juzgar menos, recordando que detrás de cada alumno hay una historia.
Para ella, motivarlos y hacerlos sentirse parte es la clave para no soltarlos en el camino. Porque enseñar, dice su ejemplo, también es abrazar.